La Declaración de Independencia de los Estados Unidos

UN LEGADO CRISTIANO

Por Herbert W. Titus

“Al … contemplar la vida norte-americana tal como lo expresan sus leyes, sus empresas, sus costumbres y su sociedad, encontramos en cada caso el claro reconocimiento de que esta es una nación cristiana.”

- La suprema Corte de Justicia
de los EEUU, el 28 de febrero de 1892.

Durante más de cien años, a partir de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, los líderes de opinión del mundo occidental concordaron con la Corte Suprema de Justicia en que los Estados Unidos de América es una nación cristiana.

Por ejemplo, el notable historiador norteamericano del Siglo XIX Jorge Bancroft opinó que Juan Calvino había tenido una profunda influencia en el origen de la independencia norteamericana. Por su parte, el estadista español Emilio Castelar, en su discurso del 12 de marzo de 1870 ante la Asamblea Constituyente de España, atribuyó el vigor de la democracia estadounidense al hecho de que se basa en la Biblia.

Un lenguaje cristiano

Es los EEUU realmente una nación cristiana, fundada sobre verdades bíblicas y sobre la fe en un Dios todopoderoso? Tanto el lenguaje como los principios claves de la Declaración de la Independencia, así como el procedimiento legal seguido por sus forjadores, dan evidencia conclusiva de que esta nación fue establecida sobre una base bíblica.

El Preámbulo de la Declaración nos dice que la nación norteamericana se basa en “las leyes de la naturaleza y de su Dios.” Esa frase ha sido tomada deliberadamente de los escritos de Juan Locke y de Guillermo Blackstone, reconocidas autoridades políticas y jurídicas en Inglaterra.

Las “leyes de la naturaleza” reflejan la voluntad de Dios revelada por Él en el mundo natural. Las “leyes de Dios en la naturaleza” se refieren a la voluntad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras. Los primeros estadistas norteamericanos concordaron con Locke y Blackstone sobre la necesidad de basar el caso a favor de la independencia sobre la revelación divina y no la razón humana, ya que según lo documenta el libro de Génesis, ésta última es falible a consecuencia del pecado.

El segundo párrafo de la Declaración demuestra aún más claramente su afianzamiento en el libro de Génesis. Las frases: “todos los hombres son creados” y “dotados por el creador” demuestran indiscutiblemente que los fundadores creían en la versión bíblica del origen del hombre. Para ellos era inconcebible que el hombre hubiera devenido en formas animales más bajas o que fuera el resultado de una fuerza creativa impersonal.

Es a consecuencia de su fe en la creación que los redactores de la Declaración proclamaron que el Creador ha dotado al hombre con ciertos derechos inalienables. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento identifican a Dios como creador del hombre (Isaías 40:28 y 1 Pedro 4:19), identificándolo también como el dador de los tres grandes derechos contenidos en la Declaración: el derecho a la vida (Génesis 2:7), a la libertad ( 2 Corintios 3:17) y a la búsqueda de la felicidad (Eclesiastés 3:13). La Biblia afirma así mismo que lo que Dios ha dado no puede ser quitado (2 Crónicas 19:7).

Hay nos aseguran aseveran que esas referencias en el Preámbulo de la Declaración reflejan una idea “deísta” – de Dios, quien como Movedor Principal o Causa Primera creo al hombre pero ha suspendido todo juicio y toda intervención en materia humana hasta un futuro distante. Sin embargo, esta perspectiva ignora el último párrafo del documento en el que los autores hacen apelación a la justicia de Dios y a su misericordia para otorgarles la victoria.

El resto de la Declaración contiene los alegatos legales de los líderes norteamericanos en contra del Rey Jorge III sobre los cuales justificaron su lucha por la independencia. Apelando al “Juez Supremo del mundo” ellos plantearon su pleito por la “libertad y la independencia” ante Dios mismo, siguiendo de este modo el ejemplo de uno de los primeros líderes de Israel (Jueces 11).

Los redactores afirmaron su depedencia de la “Divina Providencia” como única garantía de protección, ya que estaban arriesgando vida y fortuna en caso de perder la guerra. Al hacer esto siguieron el ejemplo de Moisés cuando condujo al pueblo de Israel de Egipto hacia la libertad (Exodo 4).

Principios cristianos

Los alegatos legales de la Declaración de la Independencia se basan en dos ideas fundamentales, ambas de origen cristiano.

La primera es “Que … los gobiernos son instituídos entre los hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.” Esta fraseología viene directamente de Juan Locke, pero el principio que expresa es de origen bíblico. Locke fundó sus ideas sobre el “compacto social” de Samuel Rutherford, el pastor presbiteriano escosés del siglo XVII, quien se basó en el Antiguo Testamento. En su magna obra, Lex Rex, Rutherford rechazó el alegato de que el Rey de Inglaterra gobernaba por derecho divino. En apoyo a su posición, citó pasajes del Antiguo Testamento, probando así que hasta David, ungido por Dios como Rey de Israel, no se convirtió en Rey hasta que hizo un pacto con los ancianos representantes de aquella nación (1 Crónicas 11:3).

El pacto de David con el pueblo de Israel concuerda con la profecía de Moisés de que Israel sería regido por un rey “bajo la ley” (Deuteronomio 17:14-20) y con la labor de Samuel, quien estableció a Saúl como primer Rey de Israel sujeto al pacto. La afirmación de Rutherford de que el principio de gobierno legal se aplica a todos los reyes de todas las naciones, dio origen a la “monarquía constitucional” de Inglaterra y a la “república constitucional” de los Estados Unidos de América.

La idea fundamental de que el gobierno civil deriva sus justos poderes del consentimiento del gobernador, enunciadas en la Declaración de la Independencia norteamericana, es directamente atribuíble al Antiguo Testamento en el cual Dios prometió un rey legal, sujeto al pacto, al pueblo de Israel.

Ademas del concepto de pacto Samuel Rutherford, en su Lex Rex estableció la segunda piedra fundamental de la Revolución Norteamericana. Como lo dice la Declaración de la Indepedencia: “cuando una forma de gobierno conspira contra esos fines (o sea, garantizar los derechos que Dios ha dado al hombre), es el derecho del pueblo alterar o abolir ese gobierno e instituir uno nuevo.”

Una vez más la terminología es de Locke, pero el concepto es bíblico. Locke tomó la idea de Rutherford, quien a su vez la encontró en el Antiguo Testamento.

Según Rutherford, el rey sujeto al pacto estaba obligado a gobernar según la ley divina, no solamente ante Dios sino también ante el pueblo. Si el gobernante viola la ley de Dios el pueblo no necesita esperar que Dios lo remueva sino que puede movilizarse para reemplazar al rey inicuo Rutherford no fue el primer estadista cristiano que adoptó esta postura. A principios del siglo XVI, fue publicado un documento hugonote francés: Vindiciae Contra Tyrannos. Esta obra, basada sobre los Institutos de la Religión Cristiana de Juan Cal-vino, afirma que el pueblo tiene derecho a resistir a un gobernante impío, siempre y cuando lo hagan en sumisión a las autoridades civiles inferiores a quienes Dios ha encomendado el resistir la autoridad injusta, si es necesario con la revolución.

Estadistas cristianos

Desde su programa inicial de “no pagar impuestos sin representación” hasta su conclusión de que “toda conexión política con Gran Bretaña queda totalmente disuelta,” el movimiento revolucionario norteamericano fue encabezado por los representantes legales del pueblo, electos bajo leyes promulgadas por los monarcas ingleses.

El último párrafo de la Declaración, anuncia al mundo que la proclamación de la independencia y el llamado a las armas proviene de los “representantes de los Estados Unidos de América reunidos en Asamblea General del Congreso” y “por autoridad de la buena gente de estas colonias.”

Los autores de la Declaración de la Independencia obraron totalmente como estadistas cristianos, aunque no hayan aceptado a Cristo por la fe. No se sublevaron arbitrariamente sino que obedecieron el mandato divino del gobernar al pueblo de acuerdo con la ley de Dios.

Su objetivo fue simple y directo: restaurar la legalidad en Norteamérica para que ésta gozara una vez más de un gobierno de leyes y no de hombres como lo enseña San Pablo en el Capítulo 13 de su carta a los romanos: “El gobernante es ministro para vuestro propio bien.”

Restauración del Legado

Los compatriotas norteamericanos adoptaron la ley de Dios como el fundamento de la libertad de su pueblo en su Declaración de la Independencia. Hoy el pueblo norteamericano pone en peligro ese legado al rehusar someterse a la ley superior que rigió a sus antepasados.

En lugar de proteger toda la vida humana, las cortes norteamericanaas permiten y fomentan que se le quite la vida al indefenso: al neonato, al anciano, al infante defectuoso. En lugar de fomentar la libertad, la legislaturas norteamericanas promueven el libertinaje, la inmoralidad sexual, la pornografía y la destrucción de la familia. En lugar de estimular la búsqueda de la felicidad, los líderes máximos norteamericanos permiten y fomentan la opresión, la inflación, los altos impuestos y los pesados reglamentos gubernamentales.

El legado cristiano de la Declaración de la Independencia debe ser restaurando para que cese la iniquidad en esta gran nación. Solamente entonces, podrá el pueblo norteamericano disfrutar nuevamente del derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad con que Dios los ha dotado.

Herbert W. Titus es Decano del Colegio de Leyes y Gestión Gobernamental de la Universidad – Regent en Virginia Beach, Virginia.

Spanish version copyright. SEMILLA, Inc, 1986. P.O. Box 70 Chesapeake, VA 23321

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